Pregunta



Si el lector no se toma la molestia de querer entender el texto — si maliciosamente lo malinterpreta exagerando uno de los detalles nimios — ¿está el escritor obligado a la cortesía de la claridad?

O dicho de otro modo:

Puesto que abunda cada día más el lector que se acerca al texto con la sola intención de retorcerlo y alejarlo del recto sentido — al que luego se une la cáfila de analfabetos funcionales — ¿no sería mejor que, desde un primer momento el autor fuera abstruso? Así, al menos, olvidado de la ya pejiguera necesidad de ser claro, lograría una obra barroca — una estructura enrevesada en que las claves sólo residan en ella. Algo inútil, incomprensible, irritante incluso, pero, sobre todo, algo ajeno a los lectores que solo buscan el gratuito escándalo inquisitorial.

De algún modo hay que librarse de los pelmas sin perder la educación.