El placer estético ha fenecido



Hace muchos años – aún estudiaba en el colegio – nos contaba un pobre hombre que nadie que no fuera religioso podría entender la poesía de San Juan de la Cruz. Aquel tipo incluso se atrevió a decir que tampoco podría apreciar la música de Mahalia Jackson. Por lo visto la modernidad que inaugura Kant con la apreciación estética del mundo aún no había llegado al pobre cerebro de aquel curilla – que no necesitaba haber pasado por el seminario para serlo.

En estos días se habla de la renuncia de una traductora holandesa. Le habían encomendado traducir a Amanda Gorman pero la presión de la fosa séptica que son las redes sociales la he llevado a renunciar. Solo una mujer de color no binaria – es decir, alguien exactamente igual a Amanda Gorman – puede traducir su poesía. Por lo visto la hipótesis Sapir-Whorf en su versión más demencial sigue de moda. La hipótesis dice que las lenguas condicionan el pensamiento – algo ciertamente falso, pues muchas son las lenguas y el pensamiento – el modo de ver la vida, en realidad – es limitado. Pocas personas se atreven, o tienen el ingenio, a pensar de manera distinta. Ahí tienen las redes sociales: un cacareo idéntico, sobre todo a la hora de perseguir a los pocos que rechinan – ¡que rechinan a los biempensantes!

En el fondo todo tiene una misma raíz: el auge de las políticas identitarias, sean nacionales, culturales, lingüísticas o genéricas.

 

Me surge una duda: ¿un hombre heterosexual español puede leer a Virginia Woolf?, ¿la entenderé?, ¿la disfrutaré?, ¿me darán permiso los agentes de la aduana de la identidad?