Cesión de vida

 


“Mi vida es mía” podía leerse en una pancarta frente al Congreso el día que se aprobaba la ley de la eutanasia. Es una lema que suscribo en su totalidad. Sin embargo, tras la aprobación de la ley la vida dejó de ser menos del individuo y más del Estado.

Mientras no había ley de eutanasia, uno decidía morir porque no aguantaba seguir viviendo en una situación que le resultaba insoportable. Ya sabemos: tetraplejia, enfermedad degenerativa, y otras más. Por no hablar de aquellos a quienes la muerte les acecha con la única realidad del dolor constante e insufrible. Buscaba alguien que le administrara un medicamento y moría según su voluntad. La contrapartida estaba en el que le ayudaba a morir. Si lo cogían, iba a la cárcel (después del juicio, claro, y el escarnio público). (Aunque no recuerdo que nadie haya ido por ello). 

Ahora uno decide morir, y ha de solicitarlo dos veces ( no es suficiente una, no, necesita dos solicitudes) y esa solicitud por duplicado en el tiempo ( lo cual retrasa todo) va a la Comisión de Garantía y Evaluación, que decide si tu dolor es insoportable, si realmente tienes o no ganas de vivir, si has de aguantarte en esta vida incluso contra tu voluntad. Bien sabemos que una persona que no tenga ninguna minusvalía física (y aquí incluyo la tetraplejia, que es el grado máximo)urde suicidarse. Pero con minusvalías el suicidio se vuelve más difícil, y necesita de alguien que lo ayude. 

Así que desde hoy nuestra vida es menos nuestra y más del Estado, como no podía ser de otra forma. En la exposición de la ley hay mucha retórica sobre un nuevo derecho que hemos conquistado, sobre la preeminencia del individuo. Mentira, todo mentira, no pasa de ser retórica, hoy somos menos libres y dependemos más del Estado, sobre todo en un momento tan delicado como es el del final de la ida — cuando no del estancamiento y pudrición de la vida. Ninguna comisión de garantías ha de decirme si quiero seguir viviendo o morir.

Habrá quien diga que es para evitar que a las pobres ancianitas con patrimonio no las maten por orden de los herederos, o que a los pobres que no tienen dinero tampoco los maten. No hace falta matarlos. Se los ingresa en una residencia (baratita por supuesto) tras haberles hecho firmar la cesión de sus bienes a sus herederos  y mientras esperan la muerte mirando el horizonte desde la ventana de su habitación, los herederos venden los bienes inmuebles, traspasan los fondos de inversión y dilapidan todo.