Dónde estarán

 


Si aún están, hay que añadir. Después de tantos meses aislados por la epidemia — era solo una gripe, decían y yo aún lo recuerdo, no es bueno tener esa memoria — hay gente a la que solía ver por la calle, atareada en su vida cotidiana. Por ejemplo a Ruperto. Tuvo un bar muy pequeño durante muchos años años, treinta casi. A mediodía con la cerveza te ponía una tapa de garbanzos con calllos. Un buen día cerró el bar. A partir de entonces ocupó el tiempo en llevar y traer al nieto al colegio. El zangolotino iba siempre varios metros por delante y Ruperto llevaba la cartera del niño. Solía tener expresión resignada.

Ahora, después de tantos meses de vidas reducidas — por nuestro bien, según la biopolítica foucaultiana (todos ya inútiles, los pensadores radicales, inútiles cada vez que un gobierno de izquierdas llega al poder; los radicales sirven para arrojárselos a la cara a la derecha nunca para entender ni transformar el mundo) — quién sabe dónde anadará Ruperto, si aún anda por este mundo o lo han llevado al submundo de las residencias o al inframundo de los ataúdes.