Del trascendental paso de la Humanidad a la humanidad


 

Hay algo de revuelo – tampoco mucho, la verdad sea dicha, – con la represión a la que el gobierno chino está sometiendo a la minoría uigur. Esto es algo loable – creo recordar que en el pasado alguien dijo que era justo rebelarse contra el Poder – aunque a mí me resulta extraño y sintomático. Extraño porque si hay algo propio de la China moderna es la represión. No solo en Hong Kong, por poner un ejemplo, desde que Mao tomó el poder la brutalidad de la represión o dejó de crecer: entre el Gran Salto adelante que se saldó con la muerte de 30 millones de personas, la Gran Revolución Cultural Proletaria donde muchos murieron en los llamados campos de reeducación: se calcula que en total fueron 60 millones las víctimas del maoísmo. A ello hemos de añadir los que ahora están encarcelados en campos similares. Allí trabajan en condiciones inhumanas para que los empresarios chinos vendan en Occidente esos millones de productos que ellos hacen.

Nada de esto ha llamado la atención de las buenas almas del mundo: esas que se erigen en conciencia de la Humanidad, esas que dicen lo que está bien y lo que está mal. Tantos muertos y prisioneros políticos, tantos presos obligados a trabajar en condiciones de esclavitud, no han sido importantes para ellos. El progreso de la Humanidad requería todos esos ‘sacrificios’ – desde luego lo eran en un sentido ritual: eran víctimas propiciatorias sacrificadas en el altar de la más sangrienta utopía humana.

Los uigures han llamado la atención porque son una minoría étnica y religiosa. Mal está toda la represión, sin duda, lo digan o lo callen las conciencias de la Humanidad. Yo simplemente me pregunto qué ocurriría si no fueran una minoría en ningún sentido, ¿esas conciencias de la Humanidad les habrían prestado atención, o habrían sido masacrados como lo han sido tantos millones desde la década de 1950?, ¿Cómo lo serán dentro de poco los hongkoneses, como lo fueron los dignos disidentes de Tiannamen?

Lo peor de todo no es, sin embargo, la parcialidad a la hora de elegir las víctimas a las que defender – que es inmoral, sin duda – tampoco lo es el viscoso sentimiento de superioridad de todos esos clérigos de la Humanidad. Lo peor de todo es la banalización del sufrimiento de todas esas víctimas. Llegará un momento en que esos mismos que son conciencia de la Humanidad dirán que ellos son víctimas al igual que los uigures o los judíos del ghetto de Varsovia – nunca dicen que son víctimas como los que Stalin arrojó al Gulag o Mao a los campos de reeducación – y se apropiarán del sufrimiento que nunca experimentaron – ni pudieron imaginar – y exigirán los beneficios que la sociedad otorgó, ya tarde, a las verdaderas víctimas.

De loq eus e deduce que el imperativo moral de nuestra época es negarse a ser conciencia de la Humanidad, lo que conlleva, entre otras cosas, convertir a la Humanidad en individuos. Solo así lograremos la humanidad de las personas.