Literatura del yo


He leído varias veces En busca del tiempo perdido, al igual que Ulises o Paradiso. Algunas menos, La montaña mágica y La muerte de Virgilio. Son novelas que han quedado ahí – para siempre. Cada una de ellas es – como alguna vez dije a algún amigo – el monte Ventoux de algún verano; con el tiempo, de varios veranos. Mi modo de ver la vida está ahormado por la novela escrita entre Flaubert y Faulkner (al que otorgo la distinción, no sé si muy meritoria, de haber sido el último novelista de valor antes de la Segunda Guerra Mundial. Hubo otro con él, lo sé, pero Desciende Moisés publicado en 1942 queda ahí como un hito solitario. Después vendrían otras novelas, menos interesantes pero aun así notables).

Ahora estoy, una vez más, alegremente inmerso en El tiempo recobrado, la última novela de En busca del tiempo perdido, y la pregunta es – hoy al igual que ayer – la misma: el tema de la novela. Hay escenas sobre la Primera Guerra Mundial, sobre los salones parisinos en los inicios del siglo XX – no tan distintos a los del XIX, o ¿quizás sí? – sobre las jóvenes en medio – y, sin embargo apartado – de quienes convivía.

Es la exploración del yo – no para descubrirlo sino por el mero placer de perderse en sus circunvoluciones, algo así como el camino de una vida que ya se sabe pero se desea vivir por el solo placer de vivirlo – sin duda, un afán estético. Ese demorado detenimiento en el yo – en las nimiedades egoístas del individuo, melindres las más de las veces, pequeños destellos en medio de la llanura – solo lo pueden llevar a cabo quienes tienen una enorme vida interior: fabulosa, debería decir, formidable, también.

De ahí que hoy – normalizadas todas las subjetividades mediante los medios de formación de masas, entre los que las redes sociales se incluyen – la exploración del yo solo se lleve a cabo bajo la especie del trauma. Nadie hay hoy con una vida interior tan rica que no requiera de prótesis ideológicas.