Cambiantes esencias


Un personaje puede ser él mismo o puede esconder bajo su apariencia otro muy distinto. Algo así ocurre en, por ejemplo, el Persiles, donde Periandro y Auristela no son quienes dice ser sino otros muy distintos, de quienes solo se sabrá la verdad al final de la historia, aunque Cervantes dará algunas pistas, mínimas, que aumentarán el interés de los lectores. Era una forma de mantener la atención, al igual que los capítulos breves.

También, imagino, la doble personalidad – si así se puede llamar – de los protagonistas del Persiles tiene que ver algo con el barroco. Este es una intensificación de las complejas relaciones entre realidad y apariencia, prefiriéndose esta última a la primera. Todo es apariencia, en ocasiones desmedida, en la realidad barroca. Un buen ejemplo es la Basílica de San Pedro donde las dimensiones formidables engañan a la vista, o el Polifemo de Góngora, descrito como un personaje de los cuadros de Archimboldo.

En la posmodernidad los personajes cambian de esencia – o de apariencia si aceptamos que no tienen esencia y son solo superficie. Ejemplo de lo que digo son los personajes de La traición del conde don Julián, de Juan Goytisolo, cuyas identidades cambian, o se transforman porque no tienen esencia.

La pregunta aquí es sabe si es así solo por ser posmodernos o porque la ficción es eminentemente mudable – como la fortuna barroca.