Aburrida profesoralidad


La vida es – al final de todo – el incierto armazón de una obra que se quiera perdurable. Tantos años renegando de la biografía, asegurando con voz sorda y hueca – profesoral – que la vida importa bien poco a la hora de escribir, y Proust – con un par de reflexiones en quince hojas derrumba todo el edificio teórico. Y perdura como no perdurarán las reflexiones histórico-teóricas-armadas-de-crítica-faltas-de-veracidad.  Como dijo una investigadora en un congreso: “A mí me da igual lo que la autora haya querido decir, a mí solo me importa lo que yo quiero decir. El texto es solo una excusa”.

 

En esto de la crítica solo hay que hacer caso a los escritores. Son parciales pero al menos lo escriben con sinceridad y belleza. La suspensión de la desconfianza, decía S.T Coleridge. Sin ella no funciona la literatura. Mucho menos funciona con toda la verborrea y la faramalla de la crítica posmoderna, interesada únicamente en confundir. La crítica posmoderna es el fruto del disgusto por la literatura.

 

Leamos, pues, y olvidemos a los profesorales cenizos.