Tendales


Las calles eran extensos tendales donde las sábanas flameaban. Desde la ventana veía el cielo azul inmóvil y oía la conversación – entre guasona y maliciosa – de algunas vecinas. De vez en cuando me llevaban por esas calles y – también de vez en cuando – subía al piso. Era un edificio antiguo, de escalera de madera y barandilla bruñida por tanto roce. Los olores de la cocina llenaban las habitaciones estrechas, se movían ligeros entre los dos lados de la casa. El interior daba a una plazuela – no a una corrala, extrañamente – desde donde veía las terrazas como bancales blancos. Macetas de geranios daban color a las paredes.

De todo lo perdido, lo que más lamento es no recordar qué hablaban ni cómo lo decían.