Simulacros


“Miré los muros de la patria mía”, escribió Quevedo, en una época en que el trampantojo era recurso muy utilizado. Sin embargo, lo que entonces podía parecer excesivo o exagerado, hoy ha quedado reducido a niñería.
Hoy es todo simulacro – la realidad queda en otra latitud, la del sentido común. Hoy a muy poca gente le interesa lo que la cosa es, prefieren lo que la cosa parece. Así, no es de extrañar las cifras sesgadas o las campañas para que la gente parezca lo que no es. Tampoco sorprende ya que los del pensamiento crítico dediquen esfuerzos y horas a justificar la validez y superioridad del simulacro, desmintiéndose en muchas ocasiones. La obra académica queda en estos días puesta en entredicho por los escritos urgentes –  ¡y fugaces! – de tanto pensador critico – ¡crítico de sí mismo en el mejor de los casos!.
En el Lazarillo de Tormes, el hidalgo empobrecido disimulaba como podía los rotos de su camisa y sus calzones. Seguro que los críticos pensadores –¡y se reclamarán discípulos de Thedore Adorno! – dirán que es parte de nuestra identidad.