Mascarillas


A veces la nota costumbrista aparece porque da idea de cómo se comporta la gente. Frente a algunos escritores del pasado – no siempre muy remoto, casi en ocasiones contemporáneo – lo que aquí dejo por escrito no tiene intención alguna de convertirse en un panegírico de los buenos tiempos – perdidos o por venir. 
Paseo y me asombro por el modo en que nos adaptamos a las nuevas circunstancias, por el modo en que llevamos la mascarilla. Entradas atrás – bastantes, por cierto – señalé que tendemos a estetizar la vida y a apropiarnos de ella estéticamente– lo cual deberíamos poner en relación con la mentalidad capitalista –. Ahora que la mascarilla es obligatoria observamos que no solo llevamos las quirúrgicas. Quien más quien menos se tapa la boca con una que tenga un estampado, un dibujo, unos trazos abstractos.
Hay un grupo que sobresale – no por la belleza ni originalidad de la pieza protectora. Son los señores mayores que – en grupo o con su mujer – pasean a la caída de la tarde o al mediodía. Llevan a mascarilla por debajo de la nariz – sobresaliendo así esta de una manera más llamativa que si no llevaran nada. Es cierto que la nariz – ¡y las orejas! – crece durante toda la vida; al final suele tener la gente un apéndice olfativo prominente -- ¡hay excepciones, por supuesto!  En esta nueva normalidad – expresión que chirría y pone en guardia a cualquiera desconfía un poco del Estado – los señores mayores que llevan la nariz por fuera se han convertido en aquella figura de Quevedo: “Un Ovidio Nasón mal narigado”.