Narraciones


Circulan consejos de viejo – a los que es difícil no verles un trasunto político – acompañados con una suave y no siempre disimulada reconvención – que nos piden enfocarnos en lo positivo y dejar de lado lo negativo de la epidemia. Lo adoban con sesudos – por decir algo – análisis sobre los usos políticos del lenguaje. No hay que centrarse en los muertos ni en los hospitales saturados ni en el sufrimiento. Deberíamos – si somos buenos ciudadanos, es decir, aquellos que no hacen un uso político fascista del lenguaje – hablar de la solidaridad, en la llamada empatía – la necedad en boga – en el futuro que tenemos por delante – un pueblo en marcha – y en no sé cuántas otras gilipolleces de parecido calibre – y todas igual de insustanciales.
Roman Jakobson estudio las funciones del lenguaje. Una de ellas es la expresiva. El lenguaje no sirve solo para comunicar, también sirve para expresar nuestros estados de ánimo o el modo en que vemos la vida. Cuando decimos “¡Qué lindo!” no estamos solo predicando la belleza de algo, expresamos también nuestro sentimiento hacia ese algo.
Cuando la gente cuenta que se fija en las esquelas – numerosas – o que tiene miedo, que va a comprar a mediodía o pasea a horas intempestivas, no está únicamente relatando sus días de epidemia, está dejando ver cómo es su experiencia – cómo lo vive y lo siente. Un periodista habrá de ceñirse a los hechos y poner poco de su experiencia; una persona ha de poner toda la suya porque – Walter Benjamin mediante – la narración es un hecho antropológico que nos dice mucho de quien lo narra y del tiempo en que se cuenta. Y los tiempos son turbios e inciertos, y los narradores – todos nosotros – vivimos rodeados de enfermedad, muerte e incertidumbre.