Paseos


Echo de menos pasear, una actividad – dicho sea con complacencia – que sirve para poco más allá del placer en sí mismo y de la pérdida de tiempo gustosa. Pasear es dejar que el tiempo pase por uno mismo mientras – avivado por un vientecillo fresco – recorre las calles de su ciudad. El adjetivo posesivo no remite únicamente a aquella en la que vive o en la que nación. Pasear no es recorrer una ciudad en busca de algo: de que llegue el momento de la cena, de la reunión con los amigos, de las compras en tal o cuando tienda o bazar. Tan alejado del paseo está el que solo mira escaparates en busca de algo como el que – llevado por los truenos o la prisa – recorre las avenidas como una exhalación.
Es dejar que los pensamientos vaguen de un lado a otro mientras uno recorre las calles con morosidad. Pasear es vivir con la conciencia de que el tiempo pasa pero en ese momento no nos importa. Hay que saber disfrutar de los mínimos – a veces casi imperceptibles – placeres que la vida nos ofrece. Al igual que uno tuerce por una bocacalle en la que nunca antes se había adentrado, deja uno que vague la imaginación – o el pensamiento – por lugares que nunca había intuido.
Paseo por las ciudades que me son queridas desde una habitación mínima. Recuerdo mi vago andar por París deseando volver cuantos antes. Bien podrían ser Lisboa u Oporto, o Madrid, incluso Nueva York.