Paisaje con figura al fondo


Son días filosóficos – podríamos decir con un punto de ironía al recordar que la mucha filosofía conduce a la disipación, según nos advirtió Tomás de Kempis. También, al recordar que en el pasado para algunos – antes de la banalización de la frase y de la propia filosofía – la tarea de este era revelar lo que tiene de extraño todo aquello que en apariencia es común. Esto era una aspiración compartida con la poesía: la desautomatización del lenguaje, según nos hizo ver Víktor Shklovski.
Filosofía y poesía – eran otros tiempos en el que la simple enunciación de lo real era desdeñada – trabajaban por el extrañamiento del mundo. Hoy en día – rendidas las dos ante lo consabido – es la biología la que lo lleva a cabo. La epidemia ha logrado hacernos extraña la ciudad donde vivimos. Ayer – obligado por las circunstancias – tuve que desplazarme – a pie, pues tampoco estaba tan lejos mi destino – las escasas calles que recorrí eran un desierto punteado muy de vez en cuando por personas junto a sus mascotas: una aquí, otra allá, a lo lejos el movimiento intuido de otra más.
Sin ruidos en la ciudad cuando hasta en lo profundo de la jungla los hay.