Naraciones


Necesitamos que nos cuenten historias si no queremos quedarnos encerrados en nuestros confortables mundos ni deseamos que los muertos sean un simple número, una fracción de una estadística. Tenemos que saber lo que está ocurriendo: los bomberos entran a los pisos donde ya solo hay un cadáver, médicos, enfermeras y auxiliares trabajan sin descanso en los hospitales durante jornadas infinitas y luego regresan cansados, casi derrotados, a algún lugar que no es su casa para evitar el contagio a sus hijos o a sus padres. 
Necesitamos la narración de lo que ocurre sin la falsa épica de los vencedores ni el énfasis de los indignados. No es el momento del triunfalismo. Necesitamos unas historias pegadas a la realidad, a la horrenda realidad en la que de repente nos hemos instalado. El confinamiento corta las relaciones con la sociedad, el mundo lo vemos desde una ventana. No alcanzamos a imaginar la magnitud del horror: los cadáveres almacenados en un inmenso pabellón, las familias que no saben dónde están sus familiares, entierros sin antes haber despedido al muerto, la inseguridad laboral que vuelve, la inquietud por quienes están lejos, el miedo a que suene el teléfono y nos den la noticia que no queremos escuchar.
No necesitamos sermones como los de Jeremías. Ne necesitamos que nos digan que llevamos haciéndolo mal durante siglos y que todo ha estallado por nuestra avaricia. No lo necesitamos, entre otras razones, porque esos sermones de clérigo rancio son falsos en esta ocasión. No necesitamos clérigos ni indignados obedientes, necesitamos periodistas libres.