Librerías


Son ya más de veinte días sin salir de casa más que a lo imprescindible – el médico y la compra – y sin pisar el centro de la ciudad. No suelo aventurarme mucho por allí. Voy con la regularidad que me imponen las compras de libros. De paso aprovecho y compro en el mercado de la Plaza de España. Hace años también me acercaba a una tienda donde vendían bacalao en salazón pero, como ocurre con todo, desapareció. Estos días las librerías está cerradas – como tantos otros comercios – y temo que esto sea ya el remate que las obligue a cerrar las puertas para siempre.
En un sentido nada figurado, me quedaría huérfano. Existen grandes plataformas que venden libros y te los llevan a casa; también están las librerías de viejo, lugares que me gusta también frecuentar, pero estas, aunque tienen un catálogo muy amplio, es algo azaroso, pues depende el librero de que alguien quiera desprenderse de esos libros. Es difícil que reciban con puntualidad los libros de tal o cual editorial – y no siempre tienen que ser novedades los que llegan.
Me resulta difícil imaginarme un paseo por una ciudad sin visitar alguna librería. Tengo recuerdos maravillosos de la Casa del libro en Madrid en los años 80 cuando vivía en Soria y la visita a esa librería deparaba sorpresas sin cuento. Era una especie de Jauja. Hace años volvía visitarla después de dos décadas sin entrar. Había disminuido la fascinación que entonces me producía. En Valladolid contaba ya con algunas que, sin tantos volúmenes, estaban bien surtidas. Además la mucha frecuentación me ha llevad a tejer relaciones basadas en esa peculiar forma de amistad que es la literaria. A veces me he dado un paseo hasta allí para ver si tienen un libro en concreto, otras esperando ver a alguien con quien hablar de libros, o para hojear las novedades. Incluso en alguna ocasión para refugiarme de la lluvia. Son años de rutinas que ahora pueden cambiar, y esta es de las que más me preocupa perder.
Volveremos a la vida normal pero muchas cosas habrán cambiado, nos dicen. Entre esos probables cambios – catastrófico en este caso – estaría la desaparición de las librerías. Por si acaso es necesario un rescate, yo voy ahorrando para el día que nos dejen salir. Iré a la librería a comprar los libros que me están esperando encerrados. Mientras tanto, la relectura y los libros que no había leído hasta ahora van ocupando mis mañanas y tardes inmóviles.