La moderna arquitectura


En estos días de encierro obligado por la ineptitud de quienes mandan, recuerdo con especial agrado algunas de las películas que vi en el cine Casablanca. Entre ellas las películas del neorrealismo italiano que proyectó en un ciclo varias navidades atrás.
Además de la interpretación de Ana Magnani, me llamó la atención la arquitectura. Eran casas que oscilaban entre la chabola y el barracón; edificios para albergar a la innumerable gente que emigró del campo a la ciudad y a los pobres arruinados tras la Segunda Guerra Mundial.  Edificios fríos, inhóspitos, no muy lejanos a los construidos en la Unión Soviética durante esos años. La mera visión de la mole dejaba bien claro la preeminencia del Estado y el papel secundario de la persona. El Estado era el dueño del edificio y a quien la familia había de estar agradecido. Quien no tenía la suerte de poseer en régimen de sumisión uno de esos pisos mínimos, se veía obligado a malvivir en pensiones y comedores sociales, como el anciano protagonista de otra de esas películas. 
La frialdad maciza de los bloques de pisos de la posguerra mundial alejados de cualquier atisbo de monumentalidad, de belleza o de acogimiento recordaba a las cárceles. Nunca ha interesado estudiar las evidentes similitudes de la arquitectura posterior a la Segunda Guerra Mundial en la Europa posfascista y la que se estaba construyendo en la Unión Soviética y en los países bajo el yugo soviético. Toda el discurso sobre la sociedad de control europea surgida de la posguerra sería una réplica simple y menor de lo que ocurrió en la Unión Soviética en esos mismos años.
 En Italia, sin embargo, sobrevivían, testigos de un pasado arcaico, las corralas, viviendas antiguas – decimonónicas – en torno a un patio interior. Todo estaba a la vista allí, todos los vecinos eran objeto de escrutinio por parte de los demás. Era el panóptico antiguo, reemplazado por el de los nuevos bloques de hormigón.