La fragilidad (II)


No dejo de pensar durante las mañanas silenciosas y desiertas de la reclusión en la fragilidad humana. Una fragilidad que es biológica – y ahora lo estamos comprobando en su más honda desgarradura – y social. Las imágenes de las guerras – la Gran Guerra europea, La Segunda Guerra Mundial, la del Vietnam, la Guerra Civil española – quedaban lejos y el tono virado a sepia las convertía en algo más cercano a la ficción que a la realidad vivida – en realidad cada vez había menos gente que había vivido alguna de las guerras. Las fotos de los prisioneros liberados de los campos de concentración también remitían a un pasado lejano – superado que diría alguno. Las fotos de las hambrunas en África nos mostraban niños famélicos pero pocos cadáveres. Los rescates en el Mediterráneo iban siempre adornados con la épica de los triunfadores. Además estos dos últimos casos señalan que la compasión siempre es con los cercanos. Cuando vemos las imágenes de los africanos, el rechazo es más intelectual que emotivo, mientras que en el caso de la plaga que nos asuela, el sentimiento pone en marcha las reacciones: la del miedo y el sentimiento de fragilidad sobre todo.
Somos seres precarios, apunta Gabriel Albiac en una entrevista. La precariedad – la fragilidad – nos constituye y nos da la fuerza para construir esto que llamamos civilización. Ha costado siglos que la Humanidad aceptara la existencia de los Derechos Humanos y de la Libertad – aunque es cierto que aún en algunas regiones siguen sin estar vigentes. La dignidad nos conforma. No es un derecho natural pero es una característica de la que no podemos prescindir si queremos seguir siendo humanos.

La fragilidad – al final la vida es pura fragilidad y su final es un momento en el que se quiebra lo instable de la vida. Mientras tanto, vivimos y gozamos con cordialidad y simpatía, aunque sea mirando pasar el espectáculo de la vida detenida, sabiendo que solo en la libertad existe dignidad y solo con ella resistimos la quiebra.