El tiempo, la eternidad


Me gusta mantener las costumbres: la de levantarme temprano, por ejemplo. Ver amanecer ahora, tan energético, e intuir que el día aún no está hecho. La pereza de la luz apenas despertada, el frescor de los perfiles aún indecisos. Cada día el mundo nace. Quizás el obispo Berkeley tuviera razón al decir que nada existía si no lo contemplábamos. (Luego solventaba todos los problemas derivados con la vigilancia constante de Dios). Cuando uno sale muy pronto de casa siempre hay quien le recuerda el dicho ese que asegura que tan temprano las calles aún no están puestas.
Al madrugar uno no solo contempla el nacimiento de la luz, también tiene la oportunidad de conocer la extensa meseta de la media mañana, cuando el tiempo parece no avanzar nunca en medio de una extensión cuyo horizonte no se adivina.

Todo esto viene a cuentos de unos versos de Vicente Aleixandre:

“Así la eternidad era el minuto.
El tiempo sólo una tremenda mano
sobre el cabello largo detenida”

La antología que me acompaña – en régimen de no exclusividad estos días, sigue deparando extraordinarios instantes.