El enfermo


Esta semana hay quien cree que la vida de los escritores es similar a la que llevamos ahora y propone preguntar a estos cómo es su vida diaria. Yerran. Un escritor puede estar en casa encerrado cuanto quiera pero sabe que puede salir en cuanto le apetezca.
A los enfermos han de preguntar: a aquellos que han sufrido un tromboembolismo pulmonar, se han roto el tobillo o la tibia, a los que han operado de cadera, a cualquiera que – de repente – se ven obligados a detener su actividad y trajín diario. Saben que en un futuro volverán a la calle – lo desean – pero no saben cuándo – el médico suele ser cauteloso y evita dar fechas concretas. Mantiene al paciente en un estado de esperanza inconcreta.

Nadie habla de ello. Nos imaginamos recluidos por voluntad propia – aunque sepamos que es por orden gubernativa la hemos interiorizado y apropiado de ella – y creemos que volveremos cuando la situación haya mejorado. Quizás una visión menos realista – menos racional – nos ayudaría a ver el mundo de otra manera. Estamos sometidos a un poder que nos trata como a títeres, nos lleva de aquí para allá, nos da esperanzas para que aceptemos el nuevo ser, nos las quita para romper nuestra voluntad y mantiene el secreto de nuestro futuro bien alejado.
 Hablan de distopías – y vuelven a equivocarse – pues es – lo vengo anunciando – una utopía: la de la sociedad gobernada por un elefantiásico poder estatal donde las ‘soluciones’ provengan de una comisión en que expertos y políticos dominen todas las facetas de la vida. Donde el azar y el capricho de la libre voluntad haya sido aniquilado por ser peligroso para la salud.
Al final todo enfermo es un preso y todo preso es un enfermo que requiere tratamiento.