Vidas vulneradas


Amanece con parsimonia, como si el día temiera encontrarse de nuevo con el desastre trágico en que la vida se ha convertido. Siguen acumulándose muertos. Siguen, por tanto, las vidas vulneradas. Es imposible despedirse de los familiares o amigos que han fallecido. Ni siquiera en un momento así tiene nadie la fortuna de poder enterrar a los deudos. Hay psicólogos que ya hablan de crisis traumáticas. Tardará veinte o treinta años pero aparecerán. Somos criaturas que necesitamos del cariño de los demás, y si en estos momentos ni podemos relacionarnos más que a través de una fría máquina ni podemos despedir a nuestros familiares o acompañarlos en sus últimos días, esa ausencia, con el tiempo, brotará en forma de trauma.
Hay quien dice que de esta crisis saldremos mejores personas. Yo vaticino que se impondrá la opinión de Benjamin Rush: A las personas hay que tratarlas como si fueran locos en un manicomio. Vamos a vivir en un estado asistencial en que la vigilancia y el castigo serán sus únicas razones de ser. Mediante la biopolítica – en palabras de Michel Foucault – el Estado – ahora sí un ogro nada filantrópico – nos controlará y recortará nuestras libertades. Por lo pronto, ya hablan de controlar nuestros movimientos mediante el teléfono móvil. Si hasta ahora el móvil era un objeto opcional, a partir de ahora será obligatorio. El móvil con control de posición geográfica tendremos que llevarlo siempre con nosotros; será una prótesis más, aunque esta obligatoria, un control como si fuéramos presos en libertad condicional.

Blaise Pascal en el siglo XVII dejó escrito:

“Imaginemos una multitud de hombres encadenados, todos ellos condenados a muerte, varios de los cuales son degollados a diario a la vista de los demás; los que quedan ven su propia condición en la de sus semejantes y, contemplándose unos a otros con dolor y sin esperanza, esperan su turno. Tal es la imagen de la condición humana.”

Saldremos dañados y vigilados, simple cuerpo para el castigo estatal.