Balcones


“Y así, en esos salientes de ladrillo donde pasan la mayor parte de sus vidas no sólo vacían sus regaderas, sino que también desahogan sus corazones y su apetito a la luz de las lámparas” Joseph Roth, La ciudad extraña

Esta cita de Roth, con la que me topé justo antes de iniciar la reclusión, leída ahora – apenas tres semanas después – cobra unos matices nuevos. En esta época además los balcones son también telemáticos: las cuentas de las redes sociales donde la gente exhibe sus casas – a veces con impudor, a veces con el deseo de ser de ayuda en estos momentos. 
Esta es la actitud que más me ha sorprendido en la cuarentena: la solidaridad de unos para con otros. Los mensajes de ánimo, la ayuda a gente que a lo mejor solo conoces de vista o ni siquiera eso, las redes que, gracias a lo telemático, van tejiendo afectos y van diseminando información, recursos, consejos; también van desmontando bulos y van dejando claras las responsabilidades gubernamentales y la dejadez de quienes, estando en puestos de responsabilidad, no hicieron caso de quienes ya vaticinaban la pandemia. (En muchos casos, la incapacidad fue debida al sesgo ideológico; en otros, a determinada posmodernidad que nos ha venido contando que todo es representación. De esto hablaré otro día).
La vida en los balcones compartiendo una tabla de gimnasia o aplaudiendo a todo el personal sanitario (o las fallidas caceroladas; no se daban cuenta de que este es un momento de energías positivas, de simpatía y cordialidad) me han recordado algunas películas del neorrealismo italiano donde la vida transcurre entre la calle y el balcón, o las corralas que aún – en mi niñez – pervivían en algunos barrios populares: todo un mundo de olores, sonidos y gestos perdidos ya para siempre.