Una mañana de domingo


Ha amanecido nublado, con el sonido de algún coche perdido que va hacia ningún lugar porque hoy, domingo, no hay destinos sino el tibio abandono en brazos del azar. Hace frío y el pavimento está húmedo, como si esta noche hubiera llovido. El aire también está cargado de humedad, esas gotas de rocío que quién sabe si llegarán a las hojas de los pocos arbustos que tienen ya hojas. No hace ni dos semanas, camino de casa, veía tres árboles – creo que almendros – desbordados de flores blancas. También los vi en algún viaje que hice a Madrid: el blanco de las flores en el amanecer mesetario contra el pardo de la tierra. Hoy solo veo algún abeto, un pruno y los tallos sarmentosos de árboles a los que el renacer aún no les ha llegado. Les llegará – como a nosotros – y entonces podré decir como William Carlos Williams:

En apariencia sin vida, la lenta
primavera desorientada se acerca –

entran al mundo nuevo desnudos,
fríos, sin certeza alguna
excepto de que entran.