Ser de lejanías


El día comienza con el silencio – como ya viene siendo habitual – y solo más tarde el sonido del autobús fantasmal lo rompe. El cielo sigue encapotado, quizás triste o, con mayor seguridad, indiferente. A esta hora ya he leído los periódicos, al menos lo más interesante: los columnistas que logran encerrar la vida en un artículo de menos de 500 caracteres y aun así, o gracias a eso, el mundo resplandece en su sentido.
Ayer salí de casa obligado por unos recados que esperaban su momento inaplazable. En una parada de autobús, cerca de un centro comercial, la policía abrió el micrófono del coche y pidió a unos cuantos transeúntes que se dispersaran. Aquello rompió el silencio del mediodía como una furia desconocida y amenazante. Un conocido, con el que coincidí en la parada y al que hacía tiempo que no veía me pregunto: “Qué, ¿pasando la pandemia?”, mientras abría y cerraba los ojos con una velocidad inusitada que yo no recordaba. 
En los televisores, mientras tanto, no cesan de darnos consejos y ánimo para estos días. Por lo visto, estar encerrado tanto tiempo afecta a la salud mental. Es una buena ocasión esta para recuperar – para construir – eso que llamamos vida interior. Somos seres sociables y, sin duda, está bien que así sea, pero deberíamos ser también seres interiores. Esto significa también ser un ser de lejanías, alguien apartado del tráfago diario, con capacidad para observar con distanciamiento y un punto de escepticismo lo que ocurre por el mundo, “lo que pasa en la calle” según expresión de Juan de Mairena.
Hay una belleza inalcanzable en ese ser de lejanías -- que no pasa de ser un desiderátum --  porque alcanzarlo implica la renuncia a mucho de nuestro ser social.