La transparencia de los días

La calle esta desierta y en casa escucho “La calle del ritmo” de Los Elegantes, un buen grupo de los años 80, quizás no muy famoso pero contundente, sin duda. “Vivo en la calle del ritmo” decían; vivíamos muchos en esa calle, o mejor sería decir barrio, porque había, por suerte, muchos ritmos, a veces no muy allegados.
Las calles de estos días – aún pocos – son muy distintas. Me traen a la memoria las mañanas de Navidad o Año Nuevo, despobladas, con casi ningún coche en busca de un rumbo cierto hacia su hogar. La atmósfera esta clara, hueca. Uno piensa que si se acercara a la calle y gritara, o cantara o simplemente hablara, habría un sondo que iría de lo grave hacia lo agudo hasta que algo se quebrase y volviera el silencio.
El silencio es algo nuevo – o al menos poco frecuente – en esta sociedad. Puede que haya poca gente pero ruido no suele faltar. Ahora es distinto: no hay gente ni ruido. Las calles se han vaciado. Por eso la gente se lanza a cantar o a tocar la guitarra. Quieren romper el silencio y llenar la hueca atmósfera trasparente de estos días. Es curioso que a pesar de las nubes que amenazan desde ese arriba lejano – lejano como nunca antes – del cielo, la luz y el aire hayan adquirido una consistencia tan sutil que se diría casi inexistente. 
Es la transparencia del vacío que nos rodea. Sé que los vecinos viven al otro lado de la pared o enfrente pero no los veo y es como si no existieran; los amigos están desperdigados por la ciudad y hablo con ellos pero no están presentes. La voz se deshilacha nada más colgar el teléfono. Es un mundo fantasmal en el que la distancia y lo virtual se han impuesto obligadas por las circunstancias.