El cambio en las costumbres


No me atrevo a aventurar las consecuencias de esta crisis. La pandemia es, más allá de lo estrictamente biológico, una crisis social en la que a la económica se une el aislamiento o los cambios de hábitos. Si es cierto, como algunos dicen, que vamos a estar aislados dos meses al menos, las costumbres sociales van a cambiar mucho porque hemos de adaptarnos a la nueva situación. Estas reflexiones pedestres vienen a cuento de lo que la gente sugiere por las redes sociales que, por cierto, están ya ayudando al cambio porque son útiles en estos momentos.
Leo que la Ópera Metropolitana de Nueva York va a retransmitir por la red algunas de sus más señaladas representaciones, en algunas bibliotecas el número de películas y de discos subidos a sus servidores se está incrementando. Por otro lado, Netflix y otras distribuidoras de cine han visto incrementada la demanda de sus servicios. También hay quien ahora pide los libros a los grandes distribuidores que ya estaban instalados en la red. No me preocupa tanto la concentración de tanta demanda en unas pocas manos – que es preocupante, sin duda – sino el cambio en el hábito social.
Para mí ir al cine es algo social – no exento de misantropía – pues me gusta pasear por la calle del centro de la ciudad, tomarme un café antes de la película y marchar luego a casa con la noche ya entrada solo o con poca compañía. Algo similar me ocurre con los libros. Me gusta ir a la librería, hablar con el librero – que es mucho más que un dependiente pues conoce bien el mundo editorial y las buenas ediciones y traducciones de obras importantes – ojear y hojear los libros, ver las portadas, sentir el peso y el tacto. Es – a pesar de la misantropía que rodea a la lectura – un acto social, como también el  comentar el libro después de haberlo leído, o mencionar las expectativas que depositamos en él antes abandonar la librería.
Una cosa buena que va a tener la crisis es que el montón – casi montaña – que tengo de libros sin leer va a descender; tampoco mucho, la verdad, porque ya siento el placer -- que no ha pasado de la fase expectante -- de la relectura. Voy mirando las estanterías y veo a Faulkner y a Woolf y Conrad y Balzac y Stevens y Ashbery. A los rusos los dejo para la Navidad, como es costumbre, y a Proust lo volveré a releer en julio, como he hecho en años anteriores. No hay razón para cambiar de hábitos en esto tampoco. No sé si la cuarentena social durará tanto tiempo.